«Los gays y lesbianas vivieron un calvario de persecución en la dictadura», afirmó investigador
Flavio Rapisardi, quien investigó lo padecido por gays y lesbianas durante la última dictadura, declaró hoy ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, que desde 2020 investiga los delitos de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno, y graficó los padecimientos de ese colectivo al asegurar que «vivieron un calvario de persecución».
Rapisardi, doctor en comunicación y uno de los autores del libro «Fiestas, baños y exilios» sobre los gays en la dictadura junto a Alejandro Modarelli, declaró como testigo de contexto ante el TOF1, que comenzó a escuchar los testimonios referidos a los nuevos hechos incorporados en el juicio sobre delitos padecidos por más de 200 víctimas, 7 de las cuales eran trans y travestis y fueron perseguidas por su condición.
En noviembre del año pasado, la Unidad Fiscal que interviene en los procesos por crímenes de lesa humanidad en La Plata había solicitado que se amplíe el juicio e incorporen los crímenes cometidos contra 93 víctimas en El Infierno y 109 en Pozo de Banfield, lo que fue aceptado por el TOF1.
Rapisardi dijo que «el marcaje comenzó en el ´75 con la Triple A, en la revista El Caudillo y en ciudades empapeladas con un famoso Árbol de la subversión, que en sus raíces tenía a las fuerzas revolucionarias y en las ramas superiores la homosexualidad y el feminismo. El marcaje comienza a realizarse con la fuerza paraestatal».
Remarcó que «se comenzó a construir este sujeto que desde 1976 comienza a ser perseguido y torturado de manera sistemática».
En 1976, los colectivos de gays y lesbianas comenzaron a organizar reuniones y fiestas «para encontrarse y socializar», detalló Rapisardi, quien dijo que otro punto de encuentro eran los baños de los ferrocarriles y algunos cines: «Allí se encontraban para hacer intercambios».
Contó que «este sistema fue perforado por las fuerzas de seguridad y el trabajo de inteligencia de las fuerzas de seguridad. Tuvimos muchos testimonios (para el libro) que declararon que aparecían hombres de civil realizando acercamientos sexoeróticos y tras la seducción se declaraban como fuerza de seguridad y procedían a su detención».
«La noción de ´Fiesta´ puede dar idea de frivolidad pero no, fueron válvulas de escape de una situación represiva», remarcó.
Rapisardi aseguró que los gays, lesbianas, travestis y trans «vivieron un calvario de persecución, estaban bajo la lupa de las Fuerzas Armadas que controlaban los distintos territorios, y realizaban las detenciones con o sin excusas de aplicar el Código de Faltas o contravencional».
«En el ´78 recrudeció la persecución. Se habló de ´limpiar las calles´ como si el colectivo gay lésbico trans fuera una basura. Había que limpiar las calles antes del Mundial, lo que implicó un reforzamiento de estas prácticas sistemáticas de persecución y detención», detalló.
Explicó que se registró «una diáspora interna, de quienes creyeron que se podía escapar, muchos se fueron hacia el AMBA y otros al exterior, al exilio en Brasil».
Relató que una vez detenidos, se los obligaba a realizar «trabajos femeninos», los encerraban con otras personas detenidas por otros delitos, sufrían golpes y eran obligados a realizar actos sexuales.
También declaró hoy José Pablo Cáceres, hijo de José Antonio «Chiche» Cáceres y María Cristina, ambos detenidos desaparecidos, igual que otras cuatro testigos que brindaron información sobre otros tantos militantes obreros.
Cáceres también fue secuestrado junto a su madre el 3 de febrero de 1977 pero fue entregado a su abuela a los 30 días.